viernes, 7 de septiembre de 2012

Justificación


Cuando inicié mi práctica clínica,  lo hice con la convicción de que el ser humano era una víctima de sus circunstancias históricas y  que el trabajo  terapéutico consistiría  en ayudarle  a reparar,  a sanar  las heridas  causadas por eventos externos a él: sus situaciones traumáticas, malas  relaciones familiares,  desiertos educativos,  estigmas sociales, etc.

Con la práctica clínica he cambiado mi apreciación y es que, si bien todos estos eventos exteriores condicionan la infelicidad, el dolor psíquico del ser humano,  no son los determinantes fundamentales,  pues la mayoría  de las  personas que pasan por terapia,  tendrían  porque estar muy agradecidas  con la vida, pues han  gozado a través de toda  su vida de la satisfacción de sus necesidades básicas y en muchos casos con abundancia de posibilidades, de igual forma eran hijos de hogares bien constituidos,  de parejas que tenían dificultades normales,  pero se amaban y respetaban, con algunas excepciones.

Disfrutaban de salud física (sin limitaciones, ni defectos) y hasta de belleza.  Han tenido acceso a educación de calidad reconocida en el ámbito social; sin eventos traumáticos significativos,  bien dotados intelectualmente, etc.  ¿Entonces, de qué se quejaban?.  Pues como cosa que me resultó bien curiosa,  fue que los que más se lamentaban  de desamor,  eran los que los hechos contradecían su lamento y a diferencia de lo que decían,  uno constataba  que recibían la mayor atención y cariño,  pero lo que si  era claro, era que nada parecía  llenarlos y agonizaban en un gran  “vacío”  interior que no era  causado  por el mundo exterior,  ¿Entonces,  qué era  lo que allí pasaba?

Mi formación teórica  venía dada por el psicoanálisis freudiano  fundamentalmente, aunque obviamente la academia me había dado elementos sobre otras concepciones  teóricas y clínicas del ser humano.  Pero en ninguna de ellas había una respuesta aproximada a esa contradicción.  Y no voy a entrar en detalles  porque no  siendo  éste un  texto clínico,  sino educativo,  no amerita entrar  en aspectos de difícil  comprensión  para  personas ajenas  a la terapia y sólo  de interés para  psicólogos.

Fue  entonces la práctica clínica,  el encuentro con los pacientes,  lo que empezó  a  develar  un mundo de  respuestas para mí desconocidas  desde los libros.   Esas  verdades  fueron cambiando  mi concepción del ser humano formada a través  de las  teorías  y  descubrí  para mi gran sorpresa que:  el ser humano es libre  y ser feliz o desdichado,  es una decisión; que el sufrimiento no  era causado por eventos externos reales sino por  inclinaciones  internas  estructuradas  en lo imaginario;  que rara vez el dolor procedía del otro y que en la gran mayoría de los casos,  provenía del Ego,  que no es lo mismo que el  “YO”.   Esta diferenciación también fue  elaborada  desde la práctica  terapéutica,  pues en la mayoría  de los  textos psicológicos se  usan como sinónimos.

También  descubrí  que los  defectos  de  personalidad  no eran el resultado de una lucha fallida por conquistar  la vida, sino  un enamoramiento  mórbido de la muerte.

Este último aspecto no sólo  explica la psicología  de los violentos,  sino muchos aspectos de la sociedad,  fundamentada  en una cultura  de muerte.

En este momento entonces,  trabajo desde una perspectiva  del ser humano como  “responsable”  de su destino, libre de hacer  con sus circunstancias  lo que desea,  dentro de las posibilidades. 

El problema para el sujeto se inicia cuando  eso que desea no es  “bueno”  para él,  sin placentero.  Y muchas  veces  lo bueno,  no es lo que nos complace  y place  no es  felicidad, en muchos casos  es  el camino a la desgracia.

La vida se convierte  en una desgracia porque no  saben dar  “gracias”,  son  desagradecidos ante las  posibilidades  a su alcance y sólo ambicionan lo imposible,  lo  cual los condena  a una eterna insatisfacción.

Acatar los límites  que la “realidad”  impone y  aceptar que algunas cosas rebasan nuestras posibilidades  y otras tantas  no serían  buenas para nuestra felicidad,  vivir plena y satisfactoriamente  dentro de los límites  del deber y  la posibilidad,  es el aspecto que más  cuesta  a la mayoría de los sujetos.

Renunciar  al hedonismo,  tomar consciencia de la  realidad  propia,  reconocer   al otro  y aceptar  respetuosamente  la diferencia;  son  aspectos  necesarios  que el sujeto  debe  desarrollar  para  recorrer el camino  de la maduración y la felicidad, que es lo que define  la salud mental.

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